Pedro R. García: ¿Ilusiones de progreso, democracia y complejidad social? …

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Una acotación necesaria…

¿Por qué se difundió y ha primado una concepción tecnologizante del progreso?

Max Horkheimer indicó que solo es posible la confusión de identificar el avance técnico-económico con el progreso cuando se asumen las posiciones de la razón instrumental. Ese tipo de razón se manifiesta en la preponderancia de un pensamiento en el que se representa la realidad a través de aferentes nuevas imágenes cosificadas, y que deforma el carácter de las mismas. La preeminencia de la razón instrumental y de ese modelo pensamiento en estos dos últimos siglos no es casual. La preservación de la dominación de unos individuos sobre otros no había estado orgánicamente vinculada, en sociedades anteriores, al aumento del dominio sobre la naturaleza. Con el surgimiento de los “tiempos modernos”, esa conexión se torna constante. Ahora se necesita un dominio incrementado sobre la naturaleza para mantener el dominio sobre las personas. Esta necesidad aparece con el nuevo tipo de sujeción que inauguran los procesos de modernización capitalista. Eya se manifestó como desarroyo de la comercialización creciente de todas las relaciones sociales. La universalización de la forma mercancía. Se identificó el progreso como el avance de esta distribución, que solo podía expandirse a cabayo de un tipo de desarroyo científico-técnico encaminado a la producción incesante de nuevos instrumentos innovados de control. Pero sería reducido significar lo sobrevenido en los dos últimos siglos, exclusivamente con los tonos monocordes de la expansión precursora del tipo de racionalidad inherente a la reproducción ampliada de la forma mercancía. Alain Touraine nos ha recordado que la modernidad ha de entenderse como unidad de racionalización y subjetivación. La universalización de la forma mercancía fuerza a todas las relaciones sociales a existir como relaciones mercantiles, dominadas por la lógica de la producción ampliada de valor. Para que eyo sea posible, el individuo mismo ha de ser convertido en un consumidor ampliado de las mismas. No solo sus necesidades, sino también su modo de satisfacerlas y el modo de encarnarlas, tienen que existir como función del consumo no de cualquier tipo de objetos o “cosas”, sino de un sujeto muy específico: la mercancía. Y muy categórica porque eya es producida no para la complacencia de necesidades que puedan considerarse “humanas”, sino por el contrario para compensar su propia necesidad de realización y autoreproducción.

La complejidad reflexiva…

Al mismo tiempo, la “complejidad social” exige, en opinión del filósofo Danilo Zolo, una “epistemología reflexiva”. Se trata de una situación cognitiva que impide toda posibilidad de certeza o de acercamiento a la verdad, en la medida en que el sujeto mismo está dentro del ambiente que pretende hacer objeto de su propio conocimiento. Y es que el propio sujeto puede darse cuenta críticamente de la situación de circularidad en que se encuentra, pero no puede sustraerse al propio horizonte histórico y social, liberándose de los prejuicios de la propia comunidad científica, de la cultura o de la civilización a la que pertenece y que influye en su propia autopercepción. Así, la concepción epistémica reflexiva sostiene que el punto de partida y de yegada de todo proceso cognitivo es, circularmente, las proposiciones de la comunicación lingüística y no los datos o los hechos de una supuesta objetividad ambiental, precedente y externa al lenguaje. Por otro lado, con una epistemología reflexiva desaparece toda posibilidad de explicaciones nomológico-deductivas, sea en el ámbito de las ciencias naturales o en el de las ciencias político-sociales. Para Sólo, la epistemología reflexiva resulta incompatible con los paradigmas teórico-políticos sobre los cuales se fundan algunas de las más acreditadas concepciones de la democracia hoy vigentes. En primer lugar, las teorías económicas de la democracia, que introducen en el análisis de los sistemas políticos la asunción de la “racionalidad” de los actores sociales, reducen drásticamente la variedad de motivaciones de las expectativas y de los objetivos sobre la base de los cuales operan los actores políticos efectivos en un régimen de democracia liberal, a la par que ignoran la lógica funcional específica de los sistemas políticos modernos. Con respecto a las teorías “clásicas”, Sólo estima que se basan en el mito de los polis griega y en el mito de la ekklesia como perfecta realización de la democracia, en definitiva, de una visión aristotélica de la centralidad, universalidad y total inclusividad del sistema político, lo cual resulta incompatible con las sociedades complejas y diferenciadas del Occidente posindustrial, en los cuales el sistema político no ocupa una posición central en la estrategia de la reproducción social, sino que es un mero subsistema funcional al lado de otros subsistemas. A ese respecto, la idea de “bien común” no es más que una especie de “residuo ético-metafísico de la concepción organicista y solidaria de la poli clásica y de la ciudad medieval”. En realidad, según Sólo, “la dimensión de la política coincide exactamente con la esfera agonística de los disensos, de los conflictos y de los antagonismos que no pueden ser reducidos por vía argumentativa y, tanto menos, en base a criterios universales de imparcialidad o de justicia distributiva”. No sale mejor parada la teoría “neoclásica” defendida por Schumpeter y sus seguidores. Este modelo presenta, a los ojos del autor, junto a notables aciertos, aspectos de incongruencia teórica y de debilidad analítica que lo convierten en escasamente operativo a la hora de captar las condiciones de funcionamiento de los regímenes democráticos contemporáneos. En particular, esta teoría construye un modelo de mercado político cuya racionalidad continúa dependiendo de la presunta racionalidad de los electores singulares, esto es, de la autonomía intelectual y moral, y no simplemente de la “libertad negativa”, entendida esta como no impedimento y ausencia de coerción física. Para Sólo, el examen realista del funcionamiento de las instituciones representativas debería reconocer que el sistema de partidos opera según reglas incompatibles con las de la libre competición pluralista; que gran parte del poder político se ejercita dentro de circuitos “invisibles” al margen de cualquier lógica de mercado; que los ciudadanos se encuentran en poder de fuerzas incontrolables; y que son incapaces de volición política, apáticos y desinformados, pese a ser física y jurídicamente libres. Por todo eyo, Sólo entiende que, desde el punto de vista de la relación entre complejidad y democracia, es necesaria la reconstrucción de la teoría democrática, como ya sabemos, él se sitúa en la tradición del realismo político. A su juicio, el mismo encuentra su fundamento, en las sociedades modernas, en el proceso de diferenciación funcional y en el consiguiente aumento de la complejidad social: “La moral y la política se expresan dentro de esferas diferenciadas y obedecen a “códigos” que no se pueden superponer sin que se comprometa el funcionamiento y el sentido general”. En sus supuestos antropológicos, Solo sostiene el carácter histórico y no natural ni ontológico de las facultades humanas, junto al reconocimiento de la flexibilidad de los sujetos humanos. Esta misma radica en la raíz biológica de la tensión entre la búsqueda de seguridad y la necesidad de libertad, puesto que la falta de especialización instintiva puede ser interpretada como la razón profunda tanto de su particular miedo como de su coraje en la búsqueda de experimentación libre y arriesgada. En ese sentido, el autor cree que la función del sistema político ha de ser la de “regular selectivamente la distribución de riesgos sociales, y, por lo tanto, la de reducir el miedo a través de la asignación agonística de valores de seguridad”. Los mecanismos políticos para el logro de esos fines serían, reduciendo la complejidad del ambiente, fundamentalmente dos. En primer lugar, la definición de un confín interno/externo: “La delimitación de un “espacio político” proyecta más allá de los confines del grupo, factores de riesgo, mientras que en el interior se organizan los factores de seguridad. De este modo el grupo social incluye sujeto y comportamientos compatibles con la propia estabilidad y promueve la definición colectiva de los sujetos extraños y de sus comportamientos desviantes que entiende contraproducentes para la propia supervivencia”. Y, en segundo lugar, la relación poder/subordinación, que se encuentra “estrechamente ligada al proceso a través del cual el sistema político, para desarroyar su función reguladora, se concentra en específicas instituciones de autoridad”. La regulación sería, ceteris paribus, que a un máximo de poder le corresponde un mínimo de inseguridad social, así como a un máximo de subordinación le corresponde un mínimo de seguridad, a partir de estos supuestos realistas, Sólo toma nota de los riesgos evolutivos de la democracia. A ese respecto, su punto de partida es que las sociedades complejas son gobernadas por una lógica sistémica, antes que representativa, no solo en las relaciones entre el sistema de partidos y su ambiente, constituido por un público indiferenciado de ciudadanos, sino igualmente por las relaciones entre el sistema político y otros sujetos de la “poliarquía”. En consecuencia, es necesario abandonar categorías obsoletas ligadas a la idea clásica de representación, como, por ejemplo, la distinción entre Estado, entendido como esfera pública de los intereses generales, y la “sociedad civil”, concebida como el espacio de los intereses privados y particulares. En ese sentido, Sólo insiste en que “el aumento de la diferenciación y de la complejidad social arriesga hoy a producir en las sociedades posindustriales una radical dispersión de la esfera pública, hasta el límite de la cancelación del horizonte mismo de la “ciudad política” como espacio de ciudadanía”. En su lugar, las funciones de prescripción e integración social son ejercitadas por un “archipiélago de gobiernos privados los partidos políticos y los otros sujetos de la poliarquía corporativa siempre más autónomos, siempre menos representativos y “responsables” y, además, privados de la capacidad necesaria para dar una solución eficiente y tempestiva a los problemas generales y complejos”. Para el autor, esta dispersión de la esfera pública asume una triple morfología: la autorreferencia del sistema de partidos, la inflación del poder y la neutralización del consenso. En el primero de los casos, sostiene que el sistema de partidos no se presenta como un mecanismo colector y propulsor de la voluntad política que emerge de las bases sociales, sino más bien como “la fuente, preventiva y consecutiva conjuntamente, sea la propia (auto) legitimación procesal e institucional, sea de la legitimación del out-pout burocrático-administrativo”, de tal forma que esta estructura autorreferencial se constituye en uno de los mayores riesgos evolutivos de las democracias de los países desarroyados.

Una sociedad fuertemente diferenciada.

El fenómeno de la inflación del poder es producto de la complejidad del ambiente y dificulta el control de sus variables, dado que se trata de conocer, prever y programar en condiciones de entropía creciente. Y, además, aumenta al mismo tiempo la dificultad de producir y ejercer un poder de signo positivo, a causa de la heterogeneidad y fragmentación de las expectativas sociales emergentes en una sociedad fuertemente diferenciada. A partir de esta situación, surge el problema de la gobernabilidad democrática. Según Sólo, existen procesos decisionales segmentados, percepciones rígidamente selectivas de los problemas, respuestas adaptativas, incoherentes, que definen el contorno de lo que Luhmann ha denominado “el oportunismo decisional”, es decir, una técnica de “gobierno débil” que se orienta conscientemente según valores entre sí inconmensurables y mudables en el tiempo, que asume como variables independientes el equilibrio del sistema y como objetivo estratégico el aligeramiento de las presiones y de los riesgos que tienden a asumir un carácter crítico. Se produce así una triple disfuncionalidad: déficit de coherencia, déficit estructural y déficit temporal, a los cuales se puede añadir el déficit de capacidad regulativa del aparato normativo del Estado de Derecho. A ese síndrome del gobierno débil y del déficit de poder, se encuentra estrechamente ligado el fenómeno de la inflación del poder, en la medida en que la cantidad creciente de problemas que requieren una decisión y, por lo tanto, el ejercicio de un “poder positivo”, corresponde una cantidad de empeños programáticos suscritos y sistemáticamente desatendidos por los partidos. Complemento de este fenómeno político-social, es el de la neutralización del “consenso”. Frente a las tesis “neoclásicas”, Sólo entiende que ni el Parlamento ni ninguna otra institución constituyen un espacio público donde los ciudadanos se encuentren en condiciones de conocer y evaluar conscientemente las ofertas del mercado político y sus posibles alternativas, tanto más cuanto los actores del establishment se mueven como peones de ajedrez internacional cuyas estrategias sobrepasan las políticas nacionales y se sustraen a los poderes de intervención de los parlamentos y de los gobiernos. Privatización, secreto y fragmentación del mercado político constituyen los elementos de un cuadro institucional que prescinde, en gran medida, del “consenso” de la mayoría de los ciudadanos, dado que, al resguardo de la ficción institucional de la representación, los sujetos de la “poliarquía” pueden asumir por de contado el “consenso” de todos aqueyos que no se encuentran inmersos en la lógica del régimen político y no están en condiciones, por tanto, de ver, controlar y disentir, gracias a la influencia directa del tupido entramado aferentes redes: “Es claro que la democracia, en un contexto informático, coincide, en gran parte, con el margen de visibilidad de los procesos comunicativos y, sistemáticamente, con el grado de reducción de los arcana Communications”. Sólo describe, en fin, los regímenes democráticos actuales, en su funcionamiento real, como “sistemas autocráticos diferenciados y limitados, es decir, oligarquías liberales”. En eyos se ha realizado un nuevo equilibrio entre las instancias opuestas de la seguridad y de la complejidad/libertad. La estructura oligárquica del poder es garantía, en su seno, del pluralismo de los “gobiernos privados”, y este pluralismo está funcionalmente conexo a la multiplicidad de ámbitos sociales diferenciados y autónomos. A su vez, tanto la articulación interna de las funciones potestativas, es decir, la división de poderes como el reconocimiento constitucional de la libertad “negativa»” el Estado de Derecho se corresponde a la exigencia de conservar el nivel de diferenciación y complejidad de las modernas sociedades industriales. Los derechos individuales son las instituciones y los procedimientos a través de los cuales se realiza y viene formalmente sancionada la recíproca autonomía del subsistema político y de los otros subsistemas sociales. En ese sentido, la conservación de la complejidad social contra la hegemonía funcional de un particular subsistema el productivo, el científico-tecnológico, el religioso, el sindical y, sobre todo, el político es la promesa que la democracia liberal debe mantener si pretende distinguirse en términos no puramente formales de los regímenes despóticos o totalitarios. Los riesgos evolutivos de la democracia constituyen, ya en sí, elementos para dudar de la posible supervivencia de las instituciones democráticas tal y como las conocemos; pero la situación se hace cada vez más delicada si a estos problemas les sumamos riesgos externos, como la explosión demográfica, la emigración, el permanente riesgo de guerra o el terrorismo. Para el autor, esta problemática se hace tanto más alarmante en cuanto no existe un pensamiento ni una capacidad de gobierno a ese nivel de amplitud, complejidad e interdependencia de los problemas a resolver.

Constitucionalización de los partidos políticos

Para prevenir los riesgos evolutivos de la democracia, Sólo propone algunas soluciones institucionales: constitucionalización de los partidos políticos, cuyo reconocimiento formal se debería acompañar de una rigurosa definición y limitación de sus funciones; una nueva división del poder, que tome conciencia del declive funcional de los parlamentos, atribuyendo la capacidad de decisión al gobierno, mientras que a los órganos electivos deberían ser conferidos amplios poderes de inspección y de control sobre la actividad de la administración; y, por último, promoción de un espacio comunicativo democrático, liberando a los medios de su subordinación al sistema político y económico y emancipándole del paradigma publicitario que siempre acompaña a estos dos subsistemas. La trayectoria intelectual del politólogo e historiador francés Guy Hermet más conocida en España que la de Danilo Sólo. Director de estudios emérito de la cátedra del Instituto de Estudios Políticos de París y titular de la cátedra internacional de la Universidad Libre de Bruselas, es, además, doctor honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid. Sus estudios de historia contemporánea española, y en particular Los católicos en la España franquista, han sido muy celebrados. Su última obra.  El invierno de la democracia. Auge y decadencia del gobierno del pueblo, incide en la problemática planteada por Sólo, a quien cita en varias ocasiones, y de cuyos planteamientos es complementario. No obstante, el libro de Hermet es mucho menos ambicioso y enciclopédico que el del filósofo italiano. El politólogo galo ya se había aproximado al tema en algunas obras anteriores como. El pueblo contra la democracia o Populismo, democracia y buena gobernanza. Hermet se siente escandalizado por el contraste entre “el éxito superficial de la democracia” y “la pérdida de sustancia de la democracia en profundidad”. A su entender, el “verano de la democracia” comenzó tras el final de la II Guerra Mundial, pero en 2006 las esperanzas que había suscitado aqueya victoria contra los totalitarismos “ya no tenían fundamento”: “La democracia está yegando a su invierno, aunque no hay por qué temer un infarto inminente. Estamos entrando en la estación invernal de la democracia tardía, en la estación de la vejez”. Y es que tanto el proceso de globalización de la economía como las anteriores protestas sociales de finales de los años setenta del pasado siglo y, sobre todo, la crisis del petróleo, pusieron fin al período de crecimiento económico posterior a la guerra, minando el modelo de cohesión social y política establecido tras 1945”. A eyo se une la caída en picado de la natalidad en la mayoría de los países desarroyados, algo que pone en cuestión el mantenimiento de las pensiones y la propia existencia del Estado benefactor. En tal contexto, los dirigentes políticos apenas tienen capacidad para cumplir sus promesas electorales, que “solo se aplicarán en la medida en que coincidan con las orientaciones trazadas por las corrientes trasnacionales que relegan los deseos de los pueblos”. Como consecuencia de ese proceso social, decae igualmente la fidelidad partidaria e ideológica, que se percibe, en la actualidad, según el autor, como “una manifestación de rigidez mental, cuando no de falta de inteligencia”.

Pasa el tiempo y el segundero avanza decapitando esperanzas.

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