Clodovaldo Hernández: Serie del Caribe de Caracas rompe el bloqueo beisbolístico que impidió la de Barquisimeto en 2019

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La Serie del Caribe vuelve a realizarse en territorio venezolano después de una larga espera extendida por factores extradeportivos. Venezuela había quedado excluida como sede del torneo de clubes de la cuenca antillana como parte del mismo bloqueo que ha estrangulado al país en lo económico, diplomático y comunicacional.

La relación causa-efecto entre los eventos políticos y los deportivos es más que clara. En 2019 todo estaba listo para que Barquisimeto fuera la ciudad anfitriona de la Serie del Caribe, un papel que Venezuela no cumplía desde 2010, cuando se llevó a cabo en Margarita.

El estadio Antonio Herrera Gutiérrez de la capital de Lara se encontraba en su máximo esplendor y la infraestructura turística de esta ciudad se había puesto a punto para recibir a los equipos y aficionados de los países participantes. Mientras se desarrollaban los play off del campeonato local se produjo la designación de Juan Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional, y cuando ya discurría la serie final, entre Cardenales de Lara (a la postre, campeón) y Leones del Caracas, sucedió el esperpéntico episodio de la autojuramentación del entonces diputado como supuesto presidente encargado de la República.

El objetivo de desestabilizar al gobierno constitucional de Nicolás Maduro exigía que se interrumpiera toda señal de normalidad y paz en el país. Por eso se movieron unos hilos nada ocultos para que la Liga Venezolana de Beisbol Profesional y la Confederación de Béisbol del Caribe suspendieran la Serie del Caribe Barquisimeto 2019 y la trasladaran de emergencia a Panamá. Ese gesto de mudar un evento que venía planificándose cuidadosamente sirvió para agudizar la matriz mediática de la ingobernabilidad del país.

No fue esta la primera vez que se le quitó a Barquisimeto la opción de ser sede de la Serie. Para 2018, esta ciudad  también fue candidata, pero la Confederación optó por dejar pasar un año, con el alegato de la incierta situación nacional. En 2017, cuando se tomó esta decisión, el país había sido asolado por cuatro meses de disturbios terroristas (las llamadas guarimbas), impulsadas por la oposición pirómana y pagadas por Estados Unidos y sus aliados. Aunque la conflictividad cesó luego de la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, a finales de julio, el influjo negativo siguió haciendo peso.

Tampoco fue la primera vez que  través de perturbaciones en el espectáculo nacional del béisbol se procuró afectar el estado de ánimo de la colectividad. Un hito en este sentido es la suspensión a mitad de calendario de la temporada 2002-2003, cuando la LVBP resolvió sumarse al paro-sabotaje petrolero y patronal que perseguía el derrocamiento del comandante Hugo Chávez. Como acotación significativa, el presidente de la liga en ese tiempo era Ramón Guillermo Aveledo, quien luego sería el secretario ejecutivo de la coalición opositora Mesa de la Unidad Democrática.

Años de acoso

Una frase del ocurrente filósofo-pelotero Yogui Berra, dice que “el juego no se termina hasta que se acaba”. Se usa para indicar que, por muy grande que sea la ventaja en algún momento del encuentro, solo cuando cae el último out se puede hablar de un ganador y un perdedor. En alguna forma, este principio puede extrapolarse a la política.

Por ejemplo, en este caso, la suspensión de la Serie de Barquisimeto fue una victoria parcial de la ultraderecha que ya se había apoderado por completo del mando en el sector opositor venezolano, con el apoyo de Donald Trump y su banda de extremistas.

Con esa jugada aumentaron la sensación de crisis generalizada que vendían los medios de la maquinaria global. En las siguientes semanas ocurrió el concierto fronterizo de Cúcuta y el intento de invasión por Táchira, con la excusa de introducir ayuda humanitaria; luego se produjeron los grandes apagones y algo después, el intento de golpe de los Plátanos Verdes.

El resto de 2019 fue un calvario para la ciudadanía venezolana en general al desatarse a su máximo nivel las medidas coercitivas unilaterales y el bloqueo.

En el plano específico del béisbol del Caribe, la arremetida de las fuerzas conservadoras siguió acentuándose con la exclusión de Cuba de la Serie de 2020, que se celebró en Puerto Rico y que, por tanto, exigía que los integrantes de los equipos tuvieran visa estadounidense. El equipo cubano siguió excluido en la edición de 2021, que se hizo en México, y en la de 2022, celebrada en República Dominicana.

También se intensificó el acoso contra el béisbol venezolano, derivado del bloqueo estadounidense. Esto afectó a todos los equipos de LVBP en la temporada 2020-21 (abreviada por la pandemia y sin asistencia de público); y a dos de ellos (Tigres de Aragua y Navegantes del Magallanes) en el certamen 2021-2022. Estas dos divisas han seguido “sancionadas” por Major League Beisbol, por órdenes de la Oficina de Control de Bienes Extranjeros (OFAC, siglas en inglés) debido a que hay participación estatal en su propiedad. Aun con esa desventaja, que les impedía contratar jugadores pertenecientes al sistema de ligas mayores de Estados Unidos, Magallanes se coronó campeón en la temporada 2021-22.

Pese a todas esas acciones destructivas, la poderosa industria deportiva del béisbol se las ha arreglado para seguir adelante, con el apoyo del gobierno constitucional, que no solo ha dispuesto cuantiosos fondos públicos para impulsar los torneos, sino también ha construido los dos magníficos estadios que van a albergar la Serie del Caribe Gran Caracas 2023: el Jorge Luis García Carneiro, de Macuto, que entró en funciones hace ya más de un año; y el Monumental Simón Bolívar, de La Rinconada, que se va a estrenar oficialmente en el evento caribeño.

Sabor a revancha

El desarrollo de este campeonato internacional tiene sabor a revancha para el chavismo porque se hará luego de que Estados Unidos ordenó a la oposición venezolana sacar del juego a Guaidó (sin traer aún un lanzador relevo, para usar una metáfora de la pelota) y cancelar la extravagante aventura del interinato.

Además, al realizarse en dos instalaciones relucientes de nuevas se emite una señal muy contraria a la de ruina y descontrol que se transmitió en 2019, con la cancelación de la serie en Barquisimeto.

Para completar el ambiente positivo, este año el campeonato se resolvió precisamente entre los equipos radicados en las dos entidades sede: Leones del Caracas (Distrito Capital) y Tiburones de La Guaira (La Guaira).

Los conspiranoicos, sin embargo, han encendido sus luces de alerta. Dicen que los sectores violentos de la oposición venezolana no van a desperdiciar la oportunidad de la presencia de muchos medios de comunicación y visitantes extranjeros para generar alguna turbulencia durante el evento, que se extenderá por una semana y tiene en esta oportunidad la participación de ocho países: República Dominicana, México, Puerto Rico y Venezuela, los tradicionales; Cuba, que vuelve al ruedo; Panamá y Colombia, que han participado en los últimos años y hasta han cargado con sus respectivos títulos (Toros de Herrera, en 2019 y Caimanes de Barranquilla, en 2022); y un nuevo invitado, Curazao. Se supone que los cuerpos de inteligencia y seguridad del Estado han tomado las previsiones necesarias para cualquier eventualidad, que podría estar maquinándose, conectada a las movilizaciones por mejoras salariales que se han hecho frecuentes en las últimas semanas.

Al llegar la fecha de inauguración de la Serie del Caribe Gran Caracas 2023, todo indica que el gobierno ha volteado un partido que llevaba rato perdiendo. Tiene una gran oportunidad para demostrar que el país ha logrado no solo sobrevivir sino también mejorar, al menos en aspectos relacionados con la imagen pública internacional. Claro, que aquí también vale el aserto de Berra: “el juego no se termina hasta que se acaba”.